La COMISIÓN. Escribe RAMIRO BEJARANO

Nos ocupamos de lo ruidoso mientras lo trascendental que ocurre en nuestras narices pasa desapercibido.

El ejemplo salta a la vista.

El país anda entregado a discutir si los futuros ministros y altos funcionarios designados por Petro son o no competentes, y hubo hasta una inefable periodista radial de dedito parado y de ultraderecha que cuestionó a la embajadora indígena arhuaca por no hablar inglés, pero no le hemos parado bolas a un anuncio que puede significar el verdadero cambio que todavía no se avizora.

En Twitter sentenció el mandatario electo: “Como presidente solicitaré la conformación de una comisión judicial independiente a Naciones Unidas para investigar los principales crímenes de corrupción en el país y acabar la impunidad, como la que dirigió Iván Velásquez en Guatemala”.

Si esta comisión llega, aquí van a temblar los ladrones a los que nunca han tocado la Fiscalía, la Procuraduría, la Contraloría y mucho menos el aparato judicial.

La primera pregunta que hay que hacerse es si se justifica constituir una comisión igual a la que puso tras las rejas a poderosos señores del Gobierno y el establecimiento guatemalteco, que obviamente estaría por encima del poder judicial y los organismos de control. No hay duda de que sí.

Por distintas razones, desde la misma corrupción hasta la desidia, los entes judiciales, sin excepción, son incapaces de desactivar la orgía de la trampa que convive en el sector público y en el privado. Lo raro es que todo el mundo sabe dónde anidan los negocios sucios y los jugosos fraudes al erario, menos las autoridades.

A veces avanzan pero con timidez, bien porque una estratégica tutela “ampara” a los delincuentes de cuello blanco o porque cuando aparece un heliotropo en una de esas investigaciones exhaustivas —como un expresidente o su progenitora o sus hijos— las pesquisas se marchitan y los medios contribuyen a esa conspiración del silencio. Lo de Odebrecht es patético, aquí no ha pasado nada comparado con lo que en otras latitudes han establecido las investigaciones adelantadas.

Seguramente la Fiscalía, los organismos de control y hasta las cabezas de las altas cortes protestarán o verán con desconfianza una comisión judicial independiente contra la corrupción designada por un organismo multilateral como la ONU, que no sería controlada internamente. Ya me veo el discurso nacionalista reclamando respeto por la soberanía nacional y por la autonomía e independencia de nuestra justicia, para cuestionar que esa comisión hurgue los pozos putrefactos de los que se han nutrido ricos, empresarios, políticos, periodistas y hasta uno que otro togado de alta corte.

Para no ir muy lejos, hay que preguntarse lo que en los corrillos se comenta pero nadie se atreve a desnudar. Cuál es la autoridad que ha investigado el incremento patrimonial de ciertos funcionarios y de su entorno familiar o sus amistades íntimas. Aquí supimos recientemente que un flamante candidato a contralor construyó una mansión faraónica en Valledupar a la tierna edad de 34 años, recién salido de la dirección de Planeación Nacional, y no se conoce reacción de ninguna autoridad y ni siquiera del Gobierno que lo sigue protegiendo.

Modelos como esos abundan: generales y militares en retiro convertidos en prósperos constructores; togados dueños de inmensas fortunas habidas mientras administraron justicia; lagartas enriqueciendo a sus cercanos a expensas de los bienes de la mafia administrados por el Gobierno; industriales que de la noche a la mañana se volvieron potentados con el auxilio de la contratación estatal; parientes y asociados de expresidentes, exfiscales, exprocuradores, excontralores exhibiendo patrimonios inflados con recursos y pagos hechos en paraísos fiscales o arropados con los Panama Papers.

El batallón de nuevos ricos intocables y honorables.El cambio por el que los colombianos sufragaron mayoritariamente no puede consistir en el simple maquillaje de que los ministros y altos funcionarios no vengan de las élites bogotanas, del momierío caleño o del notablato paisa o costeño. Se requiere un tsunami que destape las cloacas de la corruptela y a sus encopetados agentes. Inclusive, que Petro esté dispuesto a que se sacuda su propio entorno o sus aliados, si fuere menester. Si solamente eso consigue en su mandato, habrá valido la pena el cambio.

Adenda. Estremecedoras las atrocidades de los falsos positivos conocidas esta semana. El presidente, el ministro de Defensa y el comandante del Ejército de la época son quienes deben pedir excusas al mundo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.