“La Guajira es una zona en donde Colombia refleja sus miedos”
:Afirma Weildler Guerra, el indígena a quien le encomendaron gobernar una región en crisis
Cuando el entonces presidente de Colombia Juan Manuel Santos le pidió a Weildler Guerra que gobernara La Guajira, el antropólogo se negó en rotundo.
Sabía que meterse en política significaba sacrificar en gran medida su bienestar personal y dejar a un lado (temporalmente) su carrera académica, que tantos éxitos le había cosechado.
De hecho, cuando Santos le llamó, una mañana de febrero de 2017, el antropólogo preparaba feliz las maletas para comenzar una nueva aventura en Canadá: estaba a punto de volar a Vancouver para hacer una pasantía doctoral en la Universidad de British Columbia. Pero ese sueño tuvo que esperar.
Santos le insistió. Dado que los últimos tres gobernadores en La Guajira habían sido inhabilitados por corrupción, las opciones eran limitadas. “Mi mujer rezaba para que no tuviera que hacerlo”, recuerda Guerra.
Finalmente, la balanza se puso del lado de Santos, y el investigador guajiro aceptó el encargo de gobernar la región en un momento de crisis política y humanitaria, y en plena ebullición del éxodo venezolano
Fue el primer indígena wayú de casta en asumir ese cargo durante nueve meses que le parecieron una eternidad y que resume como “una experiencia bastante dura”.
BBC Mundo habló con él en el marco del Hay Festival, un encuentro cultural que se celebra del 31 de enero al 3 de febrero en Cartagena de Indias, Colombia, y en el que Guerra habla sobre su verdadera pasión, la antropología.
¿Cómo termina un antropólogo wayú aspirante a doctorado administrando La Guajira?
Yo estaba preparando feliz mi viaje para Vancouver, cuando el (entonces) presidente Juan Manuel Santos me llamó para decirme que habían detenido al gobernador de La Guajira y que otros gobernadores estaban encarcelados. Había una crisis política a la que se sumaba otra humanitaria, con muertes infantiles por desnutrición.
Y Santos me pidió que fuera gobernador.
Yo rechacé el ofrecimiento en un primer momento. Pero él me dijo que todos los caminos conducían hacia mí.
¿Cómo fue esa conversación con Santos?
Yo le dije: “Señor presidente, hay muchas otras figuras en La Guajira que tienen los méritos, quizás mejores que yo, para asumir ese cargo”.
Pero él me dijo que no. Me contó que había hecho una exploración a conciencia con sectores privados, comunitarios, empresariales y hasta religiosos. Todos concluían en la necesidad de que fuera yo.
Ante eso, decidí aceptar, a pesar de que suponía un alto costo para mi vida académica, personal e incluso económica, pues mi sueldo disminuyó y aumentaron los gastos.
Yo trabajaba en la gestión del Centro Cultural del Banco de la República, una institución muy estable en Colombia, y acepté irme el 1 de marzo de 2017. Permanecí en el cargo de gobernador hasta el 21 de noviembre de ese año.
Fue una experiencia bastante dura.
Justo cuando usted entró, los tres últimos gobernadores de La Guajira habían sido inhabilitados. Uno de ellos, Francisco “Kiko” Gómez, acusado de homicidio.
Sí… ¡De hecho, fue detenido! Y el actual gobernador, Wilmer González, todavía está huyendo. Está prófugo.
Además, me tocó uno de los momentos más duros de la migración venezolana. Me tocó afrontar situaciones difíciles en la frontera, hasta una incursión de guardias venezolanos. Hubo varias situaciones de ese tipo que tuvimos que manejar con ACNUR (la oficina de la ONU para los refugiados) y con Migración Colombia.
La Guajira colombiana es el paso obligatorio para muchos migrantes venezolanos. Y muchos de los que cruzan son guajiros que retornan a sus territorios. Eso complica las cosas aún más en una zona desértica donde los recursos son escasos.
Usted no tenía experiencia en política para resolver esas cuestiones. ¿Cómo le recibieron los políticos “tradicionales”?
Los políticos no estaban contentos con que llegase un outsider (un intruso) a manejar el presupuesto departamental.
En el mundo académico, uno está acostumbrado a actuar mediante el esfuerzo, el trabajo y la lógica. Pero en la política encontré un mundo en el cual la verdad no era importante. Se podía calumniar, mentir y utilizar las redes sociales para difamar. Soportar tantas calumnias y presiones no era fácil para mí ni para mi familia.
Todavía hoy, a más de un año de haberme retirado, ciertas personas siguen atacándome con afirmaciones que no resisten a la menor verificación. Hacen acusaciones sin fundamento y no les interesa la respuesta, ni si es verdad o no.
Además, los medios de comunicación a veces son apéndices de partidos políticos.
Respecto a ese tema, usted dijo que los medios colombianos ven a La Guajira como “una tierra sin Dios ni ley”. ¿Qué quiso decir con esa frase?
La Guajira es una región anterior a la República (de Colombia). La tierra de los guajiros siempre fue reconocida durante la colonización española como una nación con unas leyes, una organización social, una lengua y unos nexos con el Caribe insular. Cuando llega la República, a este territorio indómito, que siempre fue autónomo, se le aísla de todo eso.
Ha habido conflictos entre el centro de la nación y la región como tal, una cierta tensión porque Colombia la ve como una heterotopía, como una zona donde impera un orden social inverso al centro del país.
¿Por ejemplo?
La Guajira se rige por un mundo más bien mágico, el resto del país no; la Guajira es poligámica, el resto de Colombia es monógama y cristiana; en La Guajira hay contrabandistas, en Colombia hay “respetables importadores”.
Siempre ha sido una zona en donde Colombia refleja sus miedos. Es el miedo a un mundo distinto que la literatura ha recogido. Hay una hermosa novela que se llama “Cuatro años a bordo de mí mismo” (Eduardo Zalamea Borda, 1932) que durante mucho tiempo fue una gran novela moderna de Colombia antes de la aparición de “Cien años de soledad” (Gabriel García Márquez, 1967).
Muchas otras obras de literatura han recogido esa imagen que muestra a los guajiros como seres exóticos.
La Guajira siempre ha sido una zona en donde Colombia refleja sus miedos”
De hecho, Ramón Vinyes, el “sabio catalán” [así lo bautizó Gabo], tiene una obra de teatro que se llama “A orillas del mar Caribe” que recoge también y reitera un poco esa visión de La Guajira como un territorio exótico, distante en el tiempo y en la geografía del centro de Colombia y del mundo en general.
Como un lugar inhóspito yremoto que no se termina de comprender…
Sí. Como algo difícil de desentrañar por ser una región muy plural donde hay afrocolombianos, varios pueblos indígenas -sobre todo el wayú- y donde la presencia del Estado no se ha consolidado definitivamente.
Con frecuencia surgen incidentes que tienen que ver con la legislación colombiana. A veces no se entiende que se trate de “colombianizar” a una región que tiene unas características sociales, lingüísticas e históricas tan propias y singulares.
Incorporarla al país no ha sido todavía una fórmula efectiva. Podríamos decir que el proceso de “colombianización” de La Guajira es un proceso inconcluso.
Por otro lado, la dirigencia política regional, en vez de dedicarse a enfrentar los problemas sociales más fuertes de esa región -pobre en economía, pero riquísima en recursos naturales- hace un mal manejo del erario público.
También ha habido malversación de recursos y, lamentablemente, no ha habido una coherencia entre la inversión que se hizo en el pasado y los indicadores sociales de pobreza, salud y educación, que son dramáticos.
Usteddijo que “hay pereza para entender, estudiar y respetar a La Guajira“.
Y lo reafirmo. Es una región singular con una historia particular, con un sistema normativo propio, con una forma de parentesco diferente. Pero desde los gobiernos suele haber una profunda ignorancia.
Mi relación con la gente de las FARC fue maravillosa”
Por ejemplo, yo pertenezco a un clan que se llama Uliana. Es una organización de personas que comparten una condición social y unos parientes no humanos. Hay personas-plantas, personas-animales, personas-vientos, personas-astros, personas-cerros. Hasta la propia concepción del tiempo es distinta. ¿Cómo explicarle a alguien, a un funcionario, ese concepto de familia, que es tan diferente al de la familia colombiana? ¿Cómo entender el tema de la territorialidad?
Falta una valoración de los conocimientos indígenas. Yo propuse una “bialfabetización” para enseñar en los colegios los grafismos indígenas, un diálogo mucho más horizontal dentro de las dos sociedades.
Una de ellas es la comunidad wayú, a la que usted pertenece. Son casi la mitad de los habitantes de La Guajira, pero es sabido que existe una brecha entre el indígena y el resto de la población. ¿En qué estado se encuentra esa brecha?
Se trata de una población y una región que ha tenido una brecha larga, de más de un siglo, en su relación con el resto de la nación. Y esa brecha se está profundizando cada día más.
Las cabeceras municipales de La Guajira, donde habita fundamentalmente la población criolla, tienen la mayoría acceso a agua, luz, energía eléctrica, conectividad, vías pavimentadas… Pero la zona norte de La Guajira es una región totalmente desconectada, a pesar de que haya grandes recursos. No hay vías de comunicación, ni electrificación rural, ni acceso a agua potable.
Esa brecha va creciendo cada día. Y es todavía más dramática en ciertas zonas rurales, como la Alta Guajira o Sierra Nevada.
Usted fue el primer wayú de casta en gobernar La Guajira. ¿Cómo aprovechó esa circunstancia a su favor?
Indudablemente, hubo una magnífica relación con la población wayú. Yo compartía muchas de las demandas de la población indígena y desarrollé varios proyectos con ellos.
La Guajira está llena de conflictos de diversos tipos. Tomé palabreros wayú, que son intermediarios especialistas en resolución de conflictos, y creé un grupo móvil con la capacidad de trasladarse a cualquier lugar de La Guajira en tiempo real para abordar situaciones. Eso ayudó mucho en materia de seguridad.
Se trataba de hacer más diálogo y usar menos policía antimotines.
Me senté a solucionar varios problemas directamente con ellos, y hasta logramos levantar un paro en las salinas que llevaba más de 110 días. Yo iba directamente al lugar, no me gustaba mandar a alguien. Si era necesario, dialogaba durante varios días.
También hice “yootoopülee”, que en wayú significa círculos de la palabra, y que eran espacios de diálogo preventivos. Sé que a nosotros, a los pueblos indígenas, nos gusta desmenuzar los problemas con profundidad, con tiempo, sin prisas.
Así se hizo con pescadores, con sectores culturales, con jóvenes y con la población afro. Era un diálogo para anticiparnos al conflicto y sintonizarnos con la ciudadanía. El objetivo era la paz.
Y hablando de procesos de paz… ¿Cómo fue el diálogo con las FARC?
Me senté a hablar con las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y estuve presente con el presidente Santos en la entrega de las armas. Mi relación con la gente de las FARC fue maravillosa porque les noté voluntad de paz.
De hecho, una cosa que me dolió fue que no diera tiempo a concretar un proyecto que estaba preparando con ellos. Los guerrilleros querían montar un taller de confecciones para vender uniformes de salud y toda una industria comunitaria. Fui a visitarles y empecé a hacer gestiones para buscarle salida a esos productos.
Pero tuve que dejarlo porque era una cuestión muy difícil de resolver en un tiempo tan limitado como el que yo tenía.
¿Qué otras medidas no le dio tiempo a implementar?
Para mí, hay un tema clave, que es entender que la sociedad wayú tiene una crisis económica profunda. Las muertes por desnutrición son un síntoma, una manifestación externa de que ocurre algo grave. Esas muertes son la punta del iceberg de un problema más grande que tiene que resolverse dentro de la economía tradicional wayú.
Yo sigo pensando que tiene que haber una solución portuaria. La Guajira requiere un puerto para volver a exportar. Durante el siglo XIX, el lema de los riancheros era “exportar para vivir”, pero la República restringió esos nexos. Hemos perdido un capital social interesante con todo el gran Caribe: con Panamá, Jamaica y sobre todo con Curazao, Aruba y Bonaire.
Hay que habilitar un puerto y fortalecer en vías la zona indígena.
Tiene muchas propuestas, pero ya no se dedica a la política.
¡No! Es que, para serte sincero, yo nunca me he dedicado realmente a la política [se ríe]. Yo soy un antropólogo, trabajo como gerente cultural en San Andrés, escribo libros y doy conferencias.
Lo que yo hice fue prestar un servicio a la nación. Fue lo que me pidió el presidente Santos, que saliera de mi “zona de confort”. Pero ese sacrificio lo hice a costa de mi bienestar individual. Se trató de un encargo temporal, pues yo no milito en ningún partido político. Y esperaba que fuera de unos dos o tres meses, pero terminó siendo de casi nueve.
Me siento orgulloso de haberlo hecho, pero sigo pagando un costo muy alto por parte de sectores que me atacan para hacerle daño a Santos.
Yo di todo lo que podía dar de mí. Trabajaba todos los días hasta altas horas de la noche. Nadie puede acusarme de perezoso. Ahí están mis iniciativas, mis proyectos, los indicadores sociales. Hace poco tuve la gran satisfacción de que llegaron ambulancias para todos los hospitales de La Guajira que yo presupuesté, y se están ejecutando carreteras que programé.
Y si un presidente de Colombia le encargara de nuevo el gobierno de La Guajira,¿qué le diría?
Le diría: “¡Nunca más! ¡Jamás!” [Se ríe]. Sería un no rotundo.
¿Por qué?
Por mis hijos, por mi esposa, por mi tranquilidad espiritual, porque tengo proyectos académicos muy satisfactorios. Y porque yo creo que en los pueblos no puede haber una condición mesiánica. Debe haber muchos ciudadanos que tenemos que relevarnos, como en toda democracia, en el cumplimiento del deber, no debe recaer en una sola persona. Hay mucha gente capaz allá que puede puede afrontar ese reto.