ARGENTINA. Los “Amunches”(*), por el continente a bordo de un bus escolar
- viajantes en mapuche.
Comenzó el 10 de marzo de 2003. Todavía hacía calor en San Nicolás cuando Patricia y Germán cumplieron el sueño de millones de personas. Vendieron todo, juntaron los pocos ahorros que les quedaban, acondicionaron una camioneta y salieron hacia el norte: Alaska, el norte de verdad.
Según su plan, tenían dinero para viajar, comer y dormir en su camioneta durante un año, el tiempo que les llevaría llegar a Alaska y volver.
“A los seis meses llegamos a Ecuador y los ahorros ya empezaban a terminarse”, recuerda entre risas Patricia Fehr, consciente de la falta de rigurosidad de sus cálculos. Incluso ya habían vendido algunas pertenencias en un mercado de Bolivia, entre ellas el viejo celular StarTac. Fue allí cuando comenzó a rondar la idea de conseguir patrocinio para continuar en la ruta.
En Ecuador les tocó hacerle un service a la camioneta y tuvieron la suerte de conocer al responsable de la marca del vehículo en ese país, que no sólo no les cobró, sino que comenzó una red de colaboraciones que les permitió a Patricia y a Germán seguir con su sueño.
Allí, en la punta del mundo, todo se resignificó. “Siempre habíamos postergado la paternidad porque creíamos que era incompatible con viajar de una manera tan aventurada como la nuestra. Tener un hijo y una casa fueron dos objetivos para cuando termináramos esta búsqueda, pero ambas se dieron en el camino”, reflexiona hoy Patricia.
Las ganas de viajar crecieron, pero el parate por el nacimiento de Inti -Sol, en quechua- fue casi obligatorio. De paso por Dallas, en marzo de 2009, decidieron finalmente vender la vieja camioneta que los había acompañado hasta allí e invertir ese dinero en el próximo viaje.
Recopilaron fotografías de sus últimos años y editaron un libro, que los ayudó a hacerse conocidos en festivales y ferias. Ya eran los “Amunches” (viajantes en mapuche). Fueron dos años los que pasaron en los Estados Unidos, en la casa de un amigo, hasta que finalmente compraron el hogar que hoy más los identifica. Un bus amarillo, el clásico escolar estadounidense Ford Bluebird, modelo ’95, que de a poco fue acondicionado para convertirlo en casa-micro-centro de exposiciones-aula y todo lo que colabore en la misión central de recorrer el continente, conocer gente y contar sus experiencias a quien quiera escucharlas.
Desde entonces, su vida en familia sigue sobre ruedas. Todo lo que necesitan está en el bus. Baño (a compost), camas, cocina, gas, electricidad con paneles solares, ropa, un escritorio. Patricia, Germán e Inti no necesitan nada más para recorrer el mundo.
De qué viven, la gran pregunta
Su método de supervivencia lo forjaron ellos mismos. Desde hace años -primero en los Estados Unidos y luego en otros países- comenzaron a brindar conferencias y a participar de ferias y festivales. Allí cuentan su historia y venden su libro con la única finalidad de que el viaje continúe. También dan charlas en escuelas y comparten experiencias con niños de todo el continente. Las escuelas privadas pagan por esos encuentros, pero en las más carenciadas los encuentros son gratuitos.
Otra de las preguntas que suelen contestar seguido es cómo se arreglan con los estudios de Inti, que en noviembre cumplió nueve años y pasó más de la mitad de su vida a bordo de un colectivo. “Mientras estuvimos en Dallas fue a la escuela dos años, y cuando volvimos a viajar empezó un programa del ministerio de Educación argentino que permite estudiar a distancia. Cada dos o tres meses rinde exámenes y es muy buena alumna”, cuenta Patricia.
Inti, cuenta su mamá, disfruta de su vida y siempre que puede se sienta en el techo del bus a contemplar el paisaje que, ocasionalmente, es el jardín de su casa. Sueña con vivir en el campo algún día, pero ni ella ni sus papás tienen planeado dejar de viajar. No saben cuándo volverán a la Argentina o si cruzarán a Europa para seguir allí con su vida.
“Tratamos de ser más serios y tener un plan más ordenado, pero la verdad es que no podemos. Queremos disfrutar el momento. Lo que pasa ahora. Crecer con lo que estamos haciendo. Ser mejor en lo que hacemos. Hacer mejores fotos, ser mejores papás. Conocer más”, concluye Patricia, 14 años después de aquella partida desde San Nicolás.
El bus de los Amunches, por dentro.