Lucía Topolansky la primera mujer vicepresidente de Uruguay
Tras la renuncia de Raúl Sendic la senadora y esposa del ex presidente Mujica juró hoy en su nuevo cargo.
La vicepresidente de Uruguay, Lucía Topolansky, durante la sesión del Congreso en la que asumió.
Próxima a cumplir 73 años, Topolansky tendrá su primer acto oficial al presidir una sesión del Senado que autorizará un viaje del presidente Tabaré Vázquez a la Asamblea General de Naciones Unidas en Nueva York.
La hasta ahora senadora del Movimiento de Participación Popular (MPP, agrupación creada por ex militantes tupamaros, a la que también pertenece Mujica, y que es la más votada dentro del FA) debutará en la presidencia ya el próximo sábado.
Ocupará el cargo en forma interina por unos días, mientras el presidente Tabaré Vázques esté en USA para participar de la Asamblea General de Naciones Unidas (ONU), lo que deja ver a las claras que, sin bien con la renuncia del vice hubo un desajuste, la vida institucional de Uruguay goza de buena salud.
La senadora Lucía Topolansky asumió esta mañana como la primera mujer vicepresidente de Uruguay en sustitución de Raúl Sendic, quien el lunes presentó ante este mismo órgano una carta de renuncia por “motivos personales” sin aludir, en ningún pasaje, a cuestiones políticas.
Sin embargo, por más que Sendic cumplió con este trámite formal (el sábado había hecho el anuncio en el Plenario Nacional del Frente Amplio –FA-), la Asamblea General debía votar también su dimisión, como lo hizo con antelación a la asunción de Lucía.
Topolansky Saavedra, nació en Montevideo el 25 de septiembre de 1944,
Junto a su hermana melliza María Elia, fueron las cuartas y quintas de los seis hijos del matrimonio compuesto por María Elia Saavedra y Luis, quien ya tenía una hija de un matrimonio anterior y que había heredado la profesión de ingeniero de su padre, el primer Topolansky que se instaló por estas tierras, llegó a vivir también varios años en Argentina, en Lomas de Zamora), a fines del siglo XIX.
Lucía y sus hermanos nacieron en el seno de una familia tradicional, con un padre votante del ala más conversadora del Partido Colorado y una madre muy católica. Pasaron sus primeros años en la casa de los abuelos Saavedra, en el Prado, barrio que desde fines del siglo XIX albergó a las familias patricias de Montevideo. Siendo Lucía una niña, la familia de mudó al barrio de Pocitos, zona costera a la que muchas familias acomodadas de entonces migraron.
Luego, los Topolansky pasaron a residir, por un breve lapso, en Punta del Este. Luis, su padre, se había asociado con una empresa constructora. Pero, al poco tiempo, el gobierno de Juan Domingo Perón prohibió a los argentinos veranear en Uruguay y la empresa quebró, por lo que la familia volvió a Montevideo, otra vez al barrio de Pocitos. La difícil situación económica que trajeron a cuestas a la capital, se agravó al enfermar su padre, por lo que la familia pasó a depender enteramente del abuelo materno, el juez de paz Enrique Saavedra, quien sustentó los cuantiosos gastos educativos de sus nietos.
Los seis hermanos fueron en primaria y secundaria a colegios privados: los tres varones al San Juan Bautista y las tres mujeres al Sacre Coeur. Los relatos de quienes la conocieron bien esa época coinciden en que Lucía fue una alumna estudiosa, que en sus ratos libres le gustaba leer, pintar, cabalgar, jugar al voleibol, andar en bicicleta y que, además, tomó clases de ballet y piano.
Enrique, uno de los hermanos de Lucía, contó en 2009 (pocos días después de que su esposo José Mujica fuera elegido presidente) una anécdota de esa época que, a la luz del tiempo, puede visualizársela como uno de los primeros actos de rebeldía, premonitorios de los años que vendrían. “Un día llego a casa y la veo a mi madre yéndose muy preocupada para el Sacre Coeur porque las monjas la habían citado de urgencia ¿Qué había pasado? Lucía y María Elia habían organizado una especie de huelga para resistir ciertos reglamentos muy estrictos que tenían en el colegio. Mi madre tranquilizó a las monjas, y luego habló con mis hermanas -que eran excelentes alumnas- para calmar las aguas. La cosa, finalmente, no pasó a mayores”.
La conciencia social y política de “La Tronca”, apodo con el que se la conoce en el ámbito de la militancia de la izquierda uruguaya, empezaría a florecer, como en muchos jóvenes de la época, a la par de la Revolución Cubana desarrollada en los años que cursó preparatorio (últimos años de secundaria, en el que se apunta al perfil de carrera universitaria que se va a seguir) en el IAVA, con compañeros de distintos barrios y extracciones sociales. Su ideología, basada en la noción la lucha de clases, muy en boga en la época, se fortalecería en la Facultad de arquitectura, fundamentalmente en las visitas a distintos cantegriles (villas miseria) de Montevideo, que era una de las actividades de extensión universitaria, donde pudo apreciar -de primera mano- los padecimientos de los sectores más sumergidos de una sociedad estratificada, donde lejos estaba de apreciarse las bondades de la famosa clase media que el Uruguay había forjado desde principios del siglo pasado.
La vida clandestina y la cárcel
En 1967 se vinculó al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) y al poco tiempo pasaría, junto con su hermana melliza, a la clandestinidad. Fue una enorme sorpresa para la familia, que poco sabía por entonces de sus andanzas.
Esta es la etapa de “La Tronca” de la que más se ha hablado. La etapa en la que, con poco más de 20 años, participa en acciones armadas, alerta sobre algunos “chanchullos” de la Financiera Monty, luego asaltada por los Tupamaros, en la que cae presa. En la interna, ya había adquirido gran prestigio por ser, a pesar de su corta edad, una de las mujeres más combativas del movimiento. Esa primera vez en prisión estuvo poco tiempo ya que, junto a otras reclusas, logró fugarse por las cloacas. Pero en 1972, año mortal para la organización guerrillera, la volvieron a detener y pasó 13 años tras las rejas. “Lucía siempre hablaba de la dignidad. Un día le habían mandado a limpiar los piso del penal, y una guardia cárcel, tras patearle el balde, le ordenó que volviera a hacer el trabajo. Ella se quedó de brazos cruzados y nunca acató la orden. Se quedó por un par de meses sin visitas”, recuerda su hermano Enrique .
Al salir en libertad, en 1985, en los albores de la democracia, participó activamente en la fundación del Movimiento de Participación Popular (MPP), sector con en el que varios ex tupamaros, en un hecho histórico, ingresaron de manera formal al Frente Amplio (FA), para sumarse a la causa de llegar en algún momento, a través de las urnas, a comandar los destinos del país.
En 2000 accedió a la Cámara de Diputados y en 2005, cuando el FA a casi 35 años de ser fundado llegó al poder, asumió como senadora. Este cargo lo desempeñó en forma ininterrumpida hasta hoy, día en el que asumió como vicepresidenta de la República.
Todo en ellos ha sido particular, hasta su noviazgo. Se conocieron en la clandestinidad de la guerrilla tupamara del Uruguay, se vieron en un local sin dirección, hora y fecha, se enamoraron, pero no pasaron dos meses y la cárcel los separó por 13 años exactos. Él estuvo sin contacto con el exterior todo ese tiempo y ella desde otra cárcel, pagando la misma pena, no sabía sí él había sido asesinado como algunos de sus compañeros. No obstante, jamás dejaron de ser novios. Esto quiere decir que en realidad no llevan cuarenta años de amores, sino… medio siglo.
Con Pepe Mujica se vieron esporádicamente durante el par de meses que se cruzaron en el movimiento, solo estuvieron en una operación juntos, él era el jefe de aquel operativo. Ella ya no era Lucía sino Ana, pero dentro de Los Tupamaron la comenzaron a llamar más por un sobrenombre que decía mucho de su recio carácter, La Tronca.
Lucía tenía 28 años cuando entró a la cárcel y salió de 41, sin siquiera poder cruzarse una carta con quien había sido su novio durante apenas dos meses y quien sería su pareja por el resto de la vida.
Tuvieron que pasar 13 años para respirar el aire de la libertad. En 1985, al regresar la democracia al Uruguay con la elección del Presidente Julio María Sanguinetti, se declaró una amnistía para la liberación de los presos políticos, entre ellos, José Mujica y Lucía Topolansky. Él, encanecido y flaco; ella, traslucida y firmemente bella, se volverían a reencontrar durante la primera reunión de los extupamaros. No pasaron muchos días y decidieron irse a vivir juntos a una chacra (finca) a las afueras de Monetevideo, para sobrevivir de lo que sabía Pepe, la agricultura. La pequeña casa, austera, como aún lo sigue siendo, fue poco a poco acomodada solo con lo necesario para una pareja que a esas alturas ya habían decidido en silencio, no tener hijos. Mujica comenzó a arar la tierra, mientras Topolansky tiraba las semillas para cultivar flores. El trabajo no se marchitó. Cuando la cosecha dio hermosas hojas de colores, se hicieron a un pequeño espacio entre un anden y la calle de la plaza de mercado en Rincón del Río donde comenzaron a vender cada fin de semana bellos atados de esperanza. Rosas, claveles, Violetas y Alegrías les dieron de comer durante varios años. Lo máximo que compró la pareja con un préstamo que pagaron en poco tiempo fue un tractor para labrar la fanegada y una pequeña moto Yamaha V80 que les servía de transporte para las flores y para pasear. Más tarde los amigos les regalaron el mítico Volkswagen Fusca modelo 87, en el que se siguen movilizando.
Mujica comienza una meritoria carrera política a petición de un pueblo. Él le hace caso a los consejos de aquel sexto sentido de su gran amor. Mujica no respira sin consultarle nada a Topolansky. Lucía entra a la escena política en 1996 como edil suplente y hace toda la carrera hasta llegar a lo más alto del grupo que con leyes decide el camino de un país.
El lunes primero de marzo del año 2010, Lucía Topolansky tiene la banda presidencial del Uruguay en sus manos. Al frente tiene a su esposo Pepe Mujica, quien acaba de ser elegido democráticamente como Presidente. Ella debe investir a su marido, porque fue cabeza de la lista más votada en el Senado. Es la senadora más votada. No han ganado, se lo han merecido. Se abrazan. Se dicen te amo con las miradas y dejan atrás los recuerdos que tanto dolieron y por los que han llegado a la cumbre. Sin embargo, en su vida intima nada cambia. Esa noche regresan sin escolta en el Volkswagen azul cielo al lugar donde mejor se sienten, su chacra de flores.
Por más Presidente que él fue y por más vicepresidenta que ella ahora es, sus días no han dejado de ser apacibles. Sencillos. Pepe Mujica todas las mañanas debe pararse a preparar el mate, mientras ella prende la radio para escuchar el programa agropecuario. Al rato ella se levanta y prepara el desayuno para despachar al expresidente a alguna reunión, claro que él debe pasar dejándola en el parlamento. Lucía llega a las seis de la tarde, hace la cena, adorna la mesa, porque por más austeros que sean, el gusto está en los sentidos. Hablan del día, toman una copa de vino y ríen porque ella es fiel televidente del canal gourmet y siempre improvisa en la comida.
Los fines de semana emprenden el caminito, como la canción de Gardel. Gustan de ir a espectáculos de Tango, compran gallinero, pero a regañadientes sus amigos los hacen ubicar en platea. El tango que los hace darse vuelta y suspirar mirándose a los ojos es ‘Che bandoneón’. A la salida siempre tienen invitaciones de gente extremadamente millonaria, así como de sus excompañeros tupamaros, según lo hayan prometido van a casa de cualquiera de las dos orillas: del rico o del pobre. “Yo tengo amigos millonarios y amigos recontrapobres, y puedo ser amiga de los dos, porque en realidad yo soy amiga de la persona, no de la plata”, es una de las frases célebres de Lucía. De regreso a casa, de nuevo están los dos, solos, sin pesos, libres, como el verso de Machado. Él, ex-presidente de su pequeña chacra y ella… la vice-presidente.