MANUEL H
100 años de un testigo de la historia con su cámara
Uno de sus nietos cuenta la vida de quien congeló el Bogotazo y las grandes personalidades del país.
La fotografía es el arte de capturar el tiempo con ayuda de la luz. Ese principio lo tenía Manuel H. predestinado en su vida. Y con el tiempo, esa idea se conjugó con su mente de historiador y dio paso a una pasión que con singular mirada congeló instantes únicos e inolvidables.
Manuel H. fue testigo de los hechos históricos más importantes del país en el siglo pasado. Su huella quedó plasmada para siempre a través de los detalles cotidianos de la vida del ciudadano de a pie: calles, edificios, carnavales, sitios capitalinos de moda, la gente y sus costumbres. Pero también quedó en el poder. En su lente posaron aquellos que decidieron ser presidentes de la República, toreros, escritores, escultores, pintores o actores.
Y, sin duda, eternizó con su cámara la historia de Bogotá. Fue tal vez esa adrenalina que vivió en el Bogotazo –el 9 de abril de 1948– la que lo amarró de por vida a su mayor delirio: hacerle clic a todo lo que lo rodeaba.
Manuel H. nació en Bogotá el 14 de julio de 1920 en el barrio San Diego, a pocas cuadras del monumento de La Rebeca. Fue el mayor de cuatro hermanos: Gilma, Jaime y Hernando. Su padre, Antonino Rodríguez, fue coordinador en el tranvía y se encargaba de recibir los pasajes y ubicar a los pasajeros. De esa época, Manuel H. contaba el vívido recuerdo que tenía del “pulso quirúrgico” del señor de mantenimiento de los vehículos, que era capaz de pintar con una pluma de ave las líneas decorativas en los vagones, sin ninguna ayuda.
Al crecer la familia, su padre se dedicó a ser zapatero remendón, oficio que el pequeño Manuel H. también aprendió, para ayudar con la economía familiar.Su madre, María Corredor, se encargó de la crianza de los niños. De ella, Manuel H. heredó la templanza ante las adversidades.
La Bogotá de antaño.
Por aquellos años, Manuel H. también se ganaba la vida con otros oficios, como lavando los guardafangos de los carros. Un día que lo mandaron a arreglar una gotera, el techo de bahareque no lo soportó y fue a dar contra un yunque. Terminó envuelto en vendas como una momia, para acomodarle las costillas rotas.
De esos años de infancia en el barrio San Diego le quedaron los recuerdos de los juegos con sus primeros amigos y las visitas al señor Peinado, que tenía un carrusel impulsado por los mismos niños. Manuel H. tuvo que empujar varias vueltas a sus amiguitos, para ganarse el derecho de sentarse en uno de los caballos.
Su formación educativa fue en la escuela República Argentina, ubicada en la calle 20 con carrera cuarta. En ese entonces comenzó a forjarse otra de sus grandes pasiones: los toros. Sus primeras faenas las vivió en una plaza de toros portátil que solían armar los fines de semanas en un lugar cercano al centro. Manuel H. y sus cómplices de pilatunas se volaban y se metían por entre las paredes de las graderías para poder ver la corrida, alcahueteados por don Antonio Vega, el administrador del lugar.
Y luego apareció en su vida la magia del cine. La encontró en el teatro Olimpia, en la calle 26 con carrera novena, muy cerca de su casa. Allí, además de películas, se presentaban otros espectáculos de la Bogotá de los años 30, como el boxeo y la lucha libre.
Allí vio muchos de los clásicos cinematográficos del viejo oeste norteamericano. Manuel H. contaba que el teatro estaba dividido por la mitad. En un lugar se ubicaban las personas que podían pagar la boleta completa, para ver de manera correcta la película. En el otro costado tenían que hacerse los que no tenían dinero suficiente, entre los que estaba él. Entonces, se las ingeniaba y llevaba un espejo que le permitía ver la película al derecho. Con el celuloide de las películas que se rompían en el teatro, los niños apostaban en el trompo o intercambiaban los recortes con los héroes y villanos de la época.
Las dificultades económicas obligaron a Manuel H. a dejar los estudios, para ayudar a su padre con el sustento de la familia. Fue en esos años de juventud cuando su padre lo llevó a conocer a su padrino Carlos García, dueño de la tipografía Prag, en la carrera octava entre calles 12 y 13. Allí, además de hacer oficios varios, aprendió el arte de la tipografía. Con ese sueldo compró su primera cámara de cajón, con la que comenzó su carrera profesional.
Interesado por ese nuevo universo, Manuel H. compró varios libros sobre el tema y con ese espíritu de autodidacta que corría por sus venas comenzó a experimentar en los procesos de exposición y revelado con los diferentes tipos de películas. Y como era natural, sus primeros modelos fueron su familia y amigos.
La fotografía también le reveló una fuente de mejores ingresos. Con el tiempo, invirtió en mejores equipos y se inició en la fotografía social, que combinó con su pasión por la fiesta brava.
Ese pasatiempo lo llevó a conseguir su primer trabajo profesional. A principios de los años 40 es contratado para tomar fotografías taurinas por don Fernando Martínez, dueño de la revista Estampa. Sus primeros disparos los hizo desde la fila 10 del cuarto tendido de la plaza de toros.
Con los años, su acreditación de reportero gráfico le dio el privilegio de capturar imágenes desde el callejón, donde logró una de las primeras fotos que lo harían famoso. Ocurrió en 1946, en una tarde en que se presentaba el español Manuel Rodríguez ‘Manolete’. Ese día los toros no le ayudaron a Manolete a brindar un buen espectáculo e hicieron que el matador se ofuscara. En el callejón, Manuel H. congeló con su lente la grandeza del personaje y su gesto lánguido contrariado
Esta fotografía cobraría relevancia al año siguiente, cuando Manolete murió. Varios periódicos del país y del mundo usaron esa imagen para acompañar el suceso. Se llegaron a sacar tantas copias de ese negativo que por acción del calor el celuloide se fue tostando hasta quebrarse.
Con 28 años, Manuel H. ya se había forjado un nombre en la profesión y era conocido en la sociedad capitalina por su ojo para las fotos taurinas y por sus servicios en eventos sociales. Ya contaba con una familia, conformada por su esposa, Julia de Rodríguez, su hija mayor, Ruth Mary, y en camino venía Nohora. Ellas fueron las primeras de sus siete hijos: Julieta, Margarita, Amanda, Manuel y Mauricio. Y con Estela García tuvo a José Manuel y Mariana.
El viernes 9 de abril de 1948, Manuel H. estaba almorzando en su casa cuando comenzó a oír una serie de gritos en la calle. Encendió la radio y oyó cuando anunciaban la muerte del líder político Jorge Eliécer Gaitán. Sin dudarlo cogió su cámara Rolleiflex y cinco rollos de formato 120, que solo permitían seis disparos por rollo, y se lanzó a congelar ese momento histórico. Por un instante, el miedo pareció desaparecer, olvidando sus responsabilidades de esposo y padre, para obligarlo a seguir ese gran río de venganza que se apoderaba de las calles bogotanas.Bajó por el barrio La Concordia hasta la carrera séptima, donde se encontró a la turba arrastrando el cadáver de Roa Sierra. Con su cámara al hombro tomó la calle 14, y frente de la Ferretería Berrío captó a unos saqueadores con varillas y machetes. Su vida pendió de un hilo en ese momento: los vándalos, al darse cuenta, decidieron perseguirlo para despojarlo de la cámara y del rollo donde se encontraban sus rostros. De pronto, uno de ellos lo reconoció y gritó: “¡Déjenlo! ¡Es Manuel H., el de los toros…!”. Y como un milagro, el recién bautizado reportero gráfico se salvó de ser linchado.
Su adrenalina lo llevó a seguir registrando imágenes a lo largo de la séptima. Desde la parte superior de un tranvía tomó la fotografía de un agitador, luego siguió con saqueos, incendios, muertos y heridos que encontraba a su paso.
Manuel H fue testigo de primera mano del infierno en que se convirtió Bogotá el 9 de abril de 1948.
Al llegar a la calle 11, Manuel H. volvió a encontrarse con el cadáver de Roa Sierra. Entonces, se amarró un pañuelo blanco al brazo y junto a un desconocido, que también le ató un pañuelo blanco a un palo, logró la histórica foto del presunto asesino linchado, con el edificio del Congreso como telón de fondo.
Luego salió corriendo por la calle 12 hasta la Clínica Central, donde trabajaba una enfermera amiga de la familia. Ella le ayudó a ingresar hasta donde estaba el cuerpo sin vida de Gaitán. Allí hizo posar a los médicos y enfermeras, junto al cuerpo ya amortajado. Al día siguiente, cuando estaba haciendo unas fotos de los cadáveres en el cementerio Central, vio uno que tenía unas corbatas amarradas en el cuello y reconoció que era Roa Sierra. Dio aviso a las autoridades, que confirmaron la identidad con las pruebas dactiloscópicas.
Allí, en el cementerio, también se encontró con el cronista Felipe González Toledo, que al conocer el valioso material gráfico que había logrado le publicó sus primeras fotografías de corte noticioso. Desde ese día, Manuel H. definió su destino de historiador gráfico y entró a la historia documental del país.
Sus fotos comenzaron a apoderarse de las primeras planas de importantes medios como el diario El Liberal, dirigido por Alberto Lleras, EL TIEMPO y El Espectador. Además hizo su debut en el semanario deportivo Gol y la revista Cromos, entre otras publicaciones.
Y con el reconocimiento, llegó la amistad y la sana competencia con otros grandes fotógrafos de la época, como Sady González, Luis Gaitán, Daniel Rodríguez, que entre empujones y codazos luchaban por el mejor ángulo para las fotografías. Su amor por los toros lo llevó forjar una entrañable amistad con otro apasionado de la fiesta brava: Hernando Santos Castillo, director de este diario, quien siempre le guardó un especial aprecio.
Desde el Círculo Colombiano de Reporteros Gráficos, que ayudó a fundar con unos colegas, Manuel H. luchó por los derechos y las mejoras laborales de ese gremio profesional. Su importancia fue tal que en una oportunidad lograron levantar su voz contra el entonces presidente Guillermo León Valencia, luego de que le rompió la cámara a Carlos Caicedo. Ocurrió un día en que el exmandatario se disgustó a la salida de una reunión, cerca del parque Nacional, cuando Caicedo disparó el obturador.
Entre el legado de Manuel H. se destaca el Decálogo del reportero gráfico, en el que dejó los lineamientos con los cuales el Círculo se regiría. Allí habló de lo que debe ser y hacer un reportero gráfico: nunca tomar partido, ser pulcro al trabajar, buscar siempre el mejor ángulo para contar la noticia y no querer ser protagónico, entre otros postulados. Gracias a ese ejemplo de pasión por su oficio, y a su importante archivo, con más de setecientas mil imágenes de nuestra historia y nuestra cultura, Manuel H. se ganó un espacio en el corazón de sus descendientes y colegas. Hoy, a pesar de su muerte el 18 de septiembre de 2009, sigue dejando asombro y satisfacción con cada una de sus fotografías.
Quedará grabada en la memoria la sonrisa dibujada en su rostro. Siempre posó con gusto ante la cámara de sus decenas de admiradores que lo solicitaban cuando lo veían caminando por la carrera séptima, la misma que lo recibió en este mundo hace un siglo y en la que tomó muchas de sus mejores fotos.Homaneja en su honor este 14 de julio
Este martes, las redes de la Biblioteca Nacional y el Ministerio de Cultura se unirán a las 4 p. m. para un homenaje a Manuel H. Twitter: @foto_manuel_h. Se realiará un conversatorio con el maestro Eduardo Serrano y el fotógrafo Manuel Rodríguez, nieto del homenajeado. Luego, a las 7 p.m., a través de las redes de Manuel H (Instagram: @foto_manuel_h y Facebook: Manuel H) se abrirá la urna centenaria Manuel H y se realizará un conversatorio sobre su vida con su familia.