“Me gustaría poder dejar de sentir odio”: periodista Claudia Morales, tras confesar que fue violada por su Jefe, un personaje, muy importante e influyente, a quien se le ve y se lo oye todos los días
“Quiero llegar algún día a no sentir odio” fueron algunas de las palabras que la periodista dijo en entrevista con Rcn Radio luego que publicará un columna en el periódico El Espectador y donde rompió su silencio, de años, para contar que fue violada por su jefe.
Los hechos se registraron cuando iniciaba su carrera. Narra que se encontraba en un hotel y que su jefe la amedrantó en la habitación y terminó abusando sexualmente de ella.
“Alguien golpea en su habitación. Ella mira por el rabillo de la puerta, es su jefe. Abre, “Él” la empuja. Con el dedo índice derecho le ordena que haga silencio (…) la lleva hacia la cama ella le dice que va a gritar y “Él” le responde que sabe que no lo hará. La viola”, así inicia su relato Claudia.
En su columna también cuenta que renunció a su trabajo pero no presentó una denuncia formal porque se trataba de un hombre relevante en la vida nacional y tenía miedo de lo que pudiera hacerle.
“Hoy, con 44 años, reviso el momento que tengo grabado como una foto y no me arrepiento de haber guardado silencio”, contó la periodista.
En diálogo con la mesa de trabajo de RCN Radio, la periodista defendió su derecho a guardar silencio y que tampoco escribe para que todas piensen como ella:
A mi violador ustedes lo oyen y lo ven todos los días”:
Claudia Morales |
Agregó que ella tiene ese tema atragantado hace varios años y le ha venido dando vueltas en su cabeza de forma reiterativa, pero fue la campaña #Me Too al igual que testimonio de Marcela González la motivaron hablar.
La periodista cuenta que a pesar de lo que pasó hace muchos años y aún le sigue teniendo miedo a su víctimario.
Claudia dijo que se a pesar de todo pudo llevar una vida normal y nunca tuvo problemas a la hora de tener relaciones sexuales.
También expresó que aún a su vida no ha llegado al perdón por su victimario.
Esto fue lo que escribió para el Diario Colombiano EL ESPECTADOR de Bogotá:
Una mujer joven termina su jornada laboral, llega a su hotel, se baña y se arregla para salir a cenar con una pareja de amigos. Alguien golpea en su habitación. Ella mira por el rabillo de la puerta, es su jefe. Abre, “Él” la empuja. Con el dedo índice derecho le ordena que haga silencio.
Le hace preguntas rápidas mientras la lleva hacia la cama. Ella, que siempre tiene fuerza, la pierde, aprieta los dientes y le dice que va a gritar. “Él” le responde que sabe que no lo hará. La viola.
La protagonista de la historia soy yo y al violador lo seguiré llamando “Él”. No presenté ni presentaré nunca una denuncia y voy a explicar por qué.
Cuando trabajé con “Él”, era un hombre relevante en la vida nacional. Ahora lo sigue siendo y, además, hay otras evidencias que amplían su margen de peligrosidad. Hoy, con 44 años, reviso el momento que tengo grabado como una foto y no me arrepiento de haber guardado silencio.
Para salir adelante, apelé a mi mente, a mi espiritualidad, al pudor y unos años después al abrazo de mi esposo y hace poco a los oídos solidarios de un par de colegas amigos y otros dos amigos que no son periodistas. Con ellos mi secreto está a salvo. No necesito más.
Cuando fui violada, además, vivía con mi familia una situación de dolor profundo, mi papá estaba en una posición laboral que yo debía proteger y mi vida profesional, una vez renuncié al lugar donde trabajaba con “Él”, era incierta. No existían las redes sociales y sentirse empoderado no era algo tan usual como lo es ahora gracias a esas plataformas.
Desde que empezó la campaña #MeToo revivió la necesidad de escribir sobre esto, pero sentía temor. Un miedo distinto al que tuve cuando “Él” me violó y que se transformó luego de ver los testimonios de mujeres que de forma valiente han empezado a hablar con dignidad (bueno sería oír también a los hombres abusados). Sin embargo, lo que más me motivó a escribir fue el caso de Marcela González, pareja de un remedo de periodista nazi, agredida por él según su denuncia, el pasado 27 de diciembre.
Leí tantas cosas horribles contra la mujer cuando a través de un video se retractó, que no pude evitar una profunda ira. A mí también me hubiera gustado que Marcela siguiera adelante con el caso, que no viviera más con el agresor y que empezara una vida distinta acompañada de un entorno social amable. Se activan mis miedos cuando la imagino en peligro y deseo que no tenga un final lamentable.
Pero, ¿quiénes somos para juzgarla? ¿Qué sabemos de ella? ¿Quién de los que opina en su contra conoce su entorno familiar? Una campaña como #Me Too debería servir para concientizar sobre la individualidad del ser, los matices de la existencia, las diferencias culturales y, por qué no, para defender como válido el silencio por el que algunos optamos. Los linchamientos en gavilla, cuando se trata de un ser abusado, duelen, desestimulan la denuncia y también a muchos los llena de vergüenza.
Si usted, hombre o mujer, tiene el coraje y está rodeado de un entorno solidario, denuncie. Celebraré siempre que desgraciados como “Él” y otros abusadores sean visibilizados y castigados. La revelación de mi historia es una defensa del silencio y un llamado a entender que cada uno de quienes hemos sido abusados tenemos mundos distintos. Este texto también es una forma de invitarlos a callarse cuando no haya nada bueno por aportar y tengan la tentación de juzgar.
@ClaMoralesM