Mon Laferte, la voz del Chile que despertó
Un rayo sacudió la glamurosa alfombra roja de los últimos Grammy latinos en noviembre pasado. Mon Laferte abrió su vestido y dejó a la vista sus senos y el mensaje grabado sobre ellos en mayúsculas: “En Chile torturan, violan y matan”. Atado al cuello llevaba un pañuelo verde, símbolo de la lucha por la legalización del aborto. Hacía un mes que el país había roto el espejo que lo mostraba como un oasis en medio de una América Latina convulsionada. El 18 de octubre estalló con masivas y violentas protestas callejeras en contra de la desigualdad, de las bajas jubilaciones y de un sistema público deficiente en educación y sanidad. En Las Vegas, ante las cámaras de cientos de medios internacionales, la cantautora emergió como la voz del Chile que acababa de despertar y que ha puesto contra las cuerdas al Gobierno de Sebastián Piñera.
La cantante chilena, símbolo y martillo de la desigualdad, vive un romance con quienes protestan en las calles
El romance de Norma Montserrat Bustamante Laferte (Viña del Mar, 1983) con el pueblo chileno que ha salido a las calles sigue vivo desde entonces. Conocida por canciones románticas interpretadas con voz desgarradora, como Tormento y Amárrame, en diciembre sorprendió con el combativo sencillo Plata ta tá, que recoge el nuevo espíritu de lucha chileno a ritmo de reguetón y la acerca a referentes continentales como el puertorriqueño Residente. “Piñata-ta-tá, oye, no tenemos miedo”, canta, en lo que parece una interpelación a Piñera, a quien respalda solo el 6% de la población.
Con 36 años, Laferte se ha convertido en un símbolo de la rebelión de Chile. Es también un ejemplo de las grandes desigualdades que existen en el país. Nacida en un barrio pobre de Viña del Mar durante la dictadura de Augusto Pinochet, de adolescente dejó los estudios y empezó a cantar en bares para ayudar a su madre a pagar las cuentas. “Es tan difícil quedarse callá cuando uno de verdad lo vivió en carne propia. Porque es que no toda la gente sabe lo que es cagarse de hambre de verdá, pero de verdá”, dijo Laferte al subir al escenario del Festival de Viña del Mar el 24 de febrero.
En la infancia de Laferte, a finales de los años ochenta, la pobreza de Chile superaba el 40%. Hoy es una cuarta parte, el 10,7%, según la Cepal. Pero el crecimiento económico ha sido muy dispar: el 1% más rico concentra el 26,5% de la riqueza. El elevado coste de la educación obliga a muchos jóvenes a endeudarse o a renunciar a los estudios superiores. “Yo no iba a poder estudiar y me puse a trabajar muy temprano cantando. Mi abuela, que me tenía que cuidar mientras mi mamá salía a trabajar porque después mi papá se fue, me decía: ‘M’hijita, usté tiene que ser famosa, esa es la única manera de que usté no pase hambre”, contó Laferte en su aplaudida actuación en Viña del Mar, mientras afuera de la Quinta Vergara los manifestantes protagonizaban disturbios.
Las diferencias se sienten también en la calidad de vida: las mujeres que nacen en un barrio acomodado de Santiago de Chile tienen una esperanza de vida 18 años superior a las que nacen en una villa miseria de la misma ciudad, según The Lancet. En ninguna otra capital latinoamericana la brecha es tan grande.
La abuela de Laferte la animó desde niña a que se dedicase a la música. “Debes ser libre / Salirte de esta mierda / No haga caso en lo que dicen / No quieren que florezca / Y mientras tejo tu trenza / imagino cuando crezcas / Verás cómo vas a brotar / Serás la flor más bella”, canta Laferte en La trenza, una canción que compuso con los consejos que le daba su abuela y dio título a su cuarto disco. Su voz no solo la alejó de la miseria, sino que la ha hecho gozar de privilegios inalcanzables para la mayoría de sus compatriotas.
Su carrera despegó a los 19 años como Monserrat Bustamante en Rojo, un programa de talentos televisivo. Cuatro años después se mudó a México y volvió a empezar de nuevo, pero un cáncer de tiroides la alejó de los escenarios. Al superarlo, renació como artista bajo el nombre de Mon Laferte, con un look más atrevido, y lanzó en 2011 el álbum Desechable. Su consagración llegó a partir de 2015 con Mon Laferte (Vol. 1), que incluye algunos de sus grandes hits, como ‘Tu falta de querer’.
Hoy es la cantante chilena de mayor proyección internacional —galardonada con dos de los nueve Grammy latinos a los que ha sido nominada— y tiene un público muy fiel. “No estás sola, no estás sola”, coreaba el auditorio de la Quinta Vergara cuando Laferte compartió su miedo por la denuncia de los carabineros tras haberlos acusado en una entrevista de estar detrás de algunos de los incendios de estaciones de metro. “¿Puede ser un delito expresar una opinión?”, preguntó a los asistentes, que la absolvieron en el acto con un rotundo “No”.
En pareja con la baterista de su banda, Natalia Pérez, y defensora de la bisexualidad, Laferte ha abrazado también el feminismo. “Como es difícil que las mujeres tengan espacio en los escenarios, yo dije: ‘Voy a invitar a todas mis amigas poderosas que admiro”, señaló antes de hacer subir a medio centenar de mujeres entre folcloristas, cantoras y músicas. Cantaron y bailaron dos cuecas alentadas por un público hipnotizado. “Querida que has cambiado nuestra historia / Querida que tu voz nunca se olvide”, decía una de ellas. Difícil que ocurra. Chile, como Laferte, no es el mismo desde octubre.