“Para ir a la cárcel no hay artista que valga”
Una noche, en París, junto a García Márquez nos tocó ver morir a la escultora colombiana Feliza Bursztyn, muy amiga de ambos. Un episodio terrible, pues Feliza se murió en nuestras narices. Fue una gélida noche de enero de 1982, en un restaurante ruso de Montparnasse, donde cenábamos. Feliza, amiga mía y sobre todo de Gabo, había estado presa en tiempos del Estatuto de Seguridad de Turbay, por supuestos vínculos con el M-19. Era una artista festiva, progresista y muy pacífica, que hacía esculturas de chatarra. El Ejército, en su obsesión por recuperar las armas robadas, pensó que entre los hierros retorcidos de su taller podían encontrarse algunas ametralladoras. Ella quedó muy afectada por su detención, pues fue maltratada y se refugió luego en México, donde vivía Gabo. Aquella noche en que se nos murió durante esa cena en París, veníamos del apartamento de los García Márquez cerca del Boulevard Montparnasse.
Habíamos tomado vodka y nos fuimos a pie al restaurante en medio de una nevada. Ya sentados en la mesa, mientras mirábamos la carta, ella empezó a desgonzarse en la silla. Inicialmente pensamos que había tomado más de la cuenta, y su marido, Pablo Leyva, le preguntó qué le pasaba. Pero había muerto, así, de repente, sin siquiera un gemido.
Nos tocó acostarla en el suelo en ese restaurante atestado de gente. La ambulancia tardó media hora en llegar. Fue algo espeluznante y dramático. No solo Feliza Bursztyn debió salir del país por las amenazas que había recibido. También lo hizo el propio García Márquez, que poco antes de esa triste cena se había asilado en México. Su exilio fue producto de un perverso montaje por parte de miembros del alto mando militar, para vincular a Gabo con el M-19, detenerlo y cobrarle sus duras críticas al Gobierno por todos los excesos del Estatuto de Seguridad, que llevó a la cárcel o al exilio a varios intelectuales y artistas. En un momento dado hubo serios indicios de que a García Márquez lo iban a detener, lo que motivó su decisión de pedir asilo en la embajada de México en marzo de 1981. Él contó después, en una columna en El País de Madrid, que sabía que la trampa estaba puesta y que su condición de escritor famoso no le iba a servir de nada porque se trataba precisamente de demostrar que para las fuerzas de seguridad no había valores intocables. En ese escrito recordó lo que dijo el general Camacho Leyva cuando apresaron al maestro Luis Vidales, que tenía 85 años: “Aquí no hay poeta que valga”.
Tomado del libro “El país que me toco”!. Escrito por ENRIQUE SANTOS CALDERÓN que será presentado el 25 de octubre de 2.018, a las 7 de la noche, en el Museo El Chicó.