Siguiendo las huellas de Geo Von Lengerke
Son las 7:00 de la mañana. Han pasado más de 160 años, pero la historia me trajo hasta acá. Estoy siguiendo las huellas de Georg Ernst Heinrich Von Lengerke, aventurero alemán que llegó a Colombia a mediados del siglo XIX, en busca de una nueva vida, pero que, por cosas de la misma, se convirtió en parte del legado comercial que nació en los pueblos que recorren el segundo cañón más grande del mundo: el Chicamocha, lugar compuesto por 108.000 hectáreas que escribieron un capítulo de la memoria de progreso en esta zona del país.
Si este atractivo hablara se jactaría de tener el suelo por donde se envió tabaco, quina y productos colombianos hacia el Magdalena, la Costa Caribe y Europa, gracias a este blanco y recio hombre del que se dice “dejó más de 500 hijos, pero pocos heredaron su apellido”.
“A él se le debe el empedrado de las que fueron las primeras vías comerciales de Santander”, me explica Alexander Jiménez Ballesteros, guía que desde que era niño, conoce y ha pisado estas piedras, que según él, siguen iguales. “Acá no se puede mover ninguna desde que Barichara se convirtió en Monumento Nacional y Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad”, recalca. Y sí, estamos en la tierra patiamarilla, uno de los territorios en los que este hombre conquistó, no solo por su trabajo, sino por su físico.
Foto: Angélica Blanco.
Geo Von Lengerke fue de los primeros alemanes en llegar al departamento y lo hizo para quedarse, pues años más tarde moriría en Zapatoca, municipio ubicado a escasas dos horas de Bucaramanga, la capital de Santander, donde yacen sus restos y con ellos su historia.
El principio inició así: Lengerke se encargó de la primera concesión que se adjudicó en el país, gracias a que el presidente de la época, le permitió abrir los caminos por los que mulas y caballos transitaban cuando esta zona de Colombia, solo era una trocha. Toda mercancía que se movía se dañaba, pues si un animal corría con suerte solo se caía, otros morían y con ellos los productos que cargaban en su larga y áspera espalda.
Mientras escucho el crujir de las piedras cuando chocan, el trinar de los pájaros, el sonido de las hojas que se mueven por el viento y nuestros pasos, Alexander Jiménez Ballesteros responde que el recorrido que estoy haciendo es de cinco kilómetros y aunque es corto, es lento, pues en él no es de extrañarse ver a campesinos de la zona tejiendo los famosos telares Guanes, un paisaje de gloria para la vista de cualquier persona que como yo, ama lo hecho en su ‘tierrita’.
Foto: Angélica Blanco.
Ballesteros recalca que para conocer la importancia de este hombre que transformó la economía de quienes vivían en el municipio de Los Santos, en la empedrada Barichara, el olvidado Jordán, el histórico corregimiento Guane, Villanueva y Zapatoca, también hay que destacar que por este lugar, a veces lineal, a veces curvo y siempre verde, se movió también la música.
“Se dice y está dateado que Lengerke era amante de los sonidos clásicos, razón por la que hizo que desde Europa se trajera el primer piano de cola, que medía más de dos metros y que llegó hasta el puerto de Barranquilla, al río Magdalena y siguió su rumbo a lomo de mula para que se escuchara su sonido en Colombia”, cuenta Ballesteros, mientras explica emocionado que no solo eso trajo el famoso Lengerke, sino que también logró que los vinos europeos, las vajillas, juegos de cubiertos de plata “y cosas de esas finas que usan allá, llegaran a este rincón del mundo que fue descubriendo este señor poco a poco”, detalla.
Han pasado dos horas, seguimos caminando y vemos fincas abandonadas, árboles que reciben el nombre de ‘hueso’, dos especies de aves que son únicas del Chicamocha: ‘el cucarachero del Chicamocha’ y el ‘colibrí ventricastaño’ y muchas piedras y fósiles que se conservan a pesar del paso del hombre, que con ansias de conseguir dinero o de curiosear, se ha llevado muchos de los que ‘dormían’ en este camino real, que de manera increíble recobra vida al andarlo, pues sus paisajes son de ensueño.
Foto: Angélica Blanco.
Pero mientras caminamos seguimos respirando y escuchando las aventuras del alemán del que se cuenta que sus años de gloria los vivió cuando trabajó con presos, abriendo este y otros caminos de Colombia, pero que con el pasar del tiempo fracasó haciendo uno alterno al río de la patria, el Magdalena, así lo concluye Ballesteros, al señalar con su mano derecha la entrada a Guane, un corregimiento blanco como una nube y que se recorre fácil.
Allí venden artesanías, es caliente, empedrado y guarda al lado derecho de su plaza principal un Museo Arqueológico y Paleontológico, en el que se esconden momias e historias de los Guanes, pueblo indígena que habitó la región que actualmente ocupa gran parte de las provincias de Soto, Guanentá y Comuneros. En el corazón del parque hay una piedra tallada con las siguientes palabras dedicadas “al cacique Guanentá y a sus gentes que fecundaron estas tierras con su sangre”.