El 2019 ha supuesto un serio reto al orden liberal y el 2020 lo acentuará

Las democracias liberales en Europa y Estados Unidos han sobrevivido a un mal 2019, pero afrontan uno nuevo que aún puede ser más complicado. Los retos que plantea el presente, desde la emergencia climática a las migraciones pasando por las desigualdades que crea el sistema capitalista y la mayor beligerancia de los regímenes autocráticos, parecen estar fuera de la capacidad resolutiva de los presidentes y primeros ministros, líderes que, en muchos casos, ante la falta de soluciones, han acentuado las políticas de la identidad, los nacionalismos más populistas tras los que se esconde una preocupante tentación autoritaria.

Frente a estas dificultades, los países europeos no han sabido unir fuerzas. Al contrario. Los tres motores de la Unión Europea han sido víctimas de una inquietante parálisis económica y política.

Las democracias liberales en Europa y Estados Unidos han sobrevivido a un mal año pero afrontan uno todavía más complicado

Francia, por ejemplo, ha pasado la mayor parte del año tratando de contrarrestar las protestas violentas de los chalecos amarillos , y lleva tres semanas sumida en una huelga general. La causa es una reforma que plantea recortes a uno de los sistemas de pensiones más generosos del mundo. El presidente Macron parece ser el único dirigente que gobierna sin mirar las encuestas, la vista fijada en un horizonte cercano de poblaciones improductivas y envejecidas.

Francia

El 2019 ha supuesto un serio reto al orden liberal y el 2020 lo acentuará
Esta mujer en las calles de Argel exigiendo sus derechos políticos debería ser una inspiración para las deprimidas democracias liberales europeas (RYAD KRAMDI / AFP)

La protesta violenta de los ‘chalecos amarillos’ frena las reformas sociales

Gran Bretaña, dividida y consumida por el Brexit, ha sido incapaz de ofrecer a Europa y el eje transatlántico el pragmatismo que tanto la ha caracterizado. La elección de Boris Johnson no resuelve ni la salida de la Unión Europea ni la unidad de una Gran Bretaña tensionada como no lo había estado desde la gran guerra.

El signo más inquietante de esta parálisis política y económica, sin embargo, está en Alemania. El declive de Angela Merkel después de quince años en el poder y la erosión de la gran coalición han anulado su capacidad de liderazgo. Alemania que, desde la derrota del Tercer Reich, lo ha consagrado todo a la estabilidad, ve ahora cómo el sistema de partidos tradicionales se tambalea. La alianza de gobierno entre la democracia cristiana y la socialdemocracia puede tener los días contados. Chocan dos culturas diferentes, una que siente aversión a los números rojos e impone presupuestos restrictivos, y otra que clama por más inversiones y más endeudamiento. Este dilema también es el de Europa. La reforma interior de la UE exige aclararlo. De ello depende que se pueda profundizar la unión política y monetaria, como quiere Macron. El presidente francés insiste en una “soberanía única europea” basada en un sólido proyecto político que trascienda el mercado único de soberanías locales, pero el liderazgo tranquilo de Merkel parece que ya no es suficiente para responder a este reto y liderar la salvación del orden liberal. Mientras el SPD y la CDU, ambos convertidos desde hace años en partidos de centro, se vacían, ganan fuerza los extremos, tanto en la franja ecologista como en la neofascista.

Alemania liderará la Unión Europea (UE) a partir del segundo semestre del próximo año y nada garantiza que en Berlín vaya a
haber un gobierno estable. Es posible que la coalición se rompa antes y que los verdes entren en un gobierno aún más amplio que,
aun así, seguirá teniendo los mismos interrogantes encima de la mesa: austeridad, gasto militar, inmigración…

Gran bretaña

El triunfo electoral de Johnson no aclara la relación con la UE ni el futuro del país

El mejor antídoto contra la radicalización política siempre ha sido garantizar la prosperidad, pero esta Alemania en transición parece lejos de conseguirlo. Este año la economía sólo crecerá un 0,5%, lastrada por una industria en recesión que pasa factura a Polonia, Chequia y otros países de Europa central que viven de alimentar su gran maquinaria.

Este declive alienta el populismo antieuropeo en Italia, donde el xenófobo Matteo Salvini puede volver al poder tan pronto como se convoquen elecciones. Lo mismo sucede con las democracias iliberales de Hungría y Polonia. Los países centroeuropeos que tanto aceptan los subsidios agrarios y los fondos regionales de Bruselas socavan los principios y valores que sustentan la Unión. Personajes como el primer ministro húngaro, Víktor Orban, y el líder nacionalista polaco Jaroslaw Kaczynski eliminan el debate democrático y promocionan el supremacismo blanco y católico sobre el que construyen la identidad nacional de sus países. El presidente Donald Trump hace algo parecido cuando, emulando a Iósif Stalin, tacha a los políticos demócratas de “enemigos del pueblo”.

Hace diez años ningún político demócrata y liberal hubiera sobrevivido a una estrategia de mentiras y difamaciones como la que este año hemos visto lanzar desde la Casa Blanca. Trump utilizará el impeachment que ahora se iniciará en el Senado para socavar aún más los fundamentos de la república.

Alemania

La parálisis política y económica en este fin de la era Merkel lastra a la Unión Europea

Puede que haya mucho de cinismo en estos planteamientos –el cinismo es un elemento esencial de la política–, pero lo que estos dirigentes han intentado demostrar este año, y aquí radica el verdadero peligro, es que el liberalismo es sinónimo de caos, inseguridad y debilidad, mientras que el iliberalismo es sinónimo de patriotismo y protección de la ciudadanía, de sus vidas y sus creencias. Sobre esta base Trump peleará por la reelección en las presidenciales del próximo noviembre.

Hace unos días, en su maratoniana rueda de prensa anual, el presidente ruso, Vladímir Putin, dijo que “el patriotismo es la única ideología posible en una sociedad moderna y democrática” y al Financial Times había declarado que la democracia liberal “ha perdido el sentido”. Rusia, con una economía ligeramente mayor que la española, saca el máximo partido de su limitado poder político. En el 2019 ha aumentado su presencia en Oriente Medio (Siria) y el norte de África (Libia), ha estrechado lazos con China y desestabilizado a la OTAN y la UE con nuevas tecnologías políticas, algoritmos que diseminan las noticias falsas de las que viven los gobernantes populistas a los que también financia.

Macron considera que Rusia es una amenaza pero también una oportunidad. Europa debería resolver su diferencias con Rusia si aspira a emanciparse de Estados Unidos y asumir la responsabilidad de su propia seguridad. Europa debe tener “autonomía estratégica”, dice Macron, porque sólo así podrá tener la soberanía militar sobre la que podrá construir una soberanía económica y tecnológica.

Estados Unidos

Trump hará campaña sobre la base de que el iliberalismo garantiza el orden y la seguridad

A esta supremacía aspira también China. Ningún otro país parece mejor posicionado para conseguirla. China, sin embargo, ha topado con un reto mayúsculo en Hong Kong. El movimiento democrático en esta excolonia británica, unido al gobierno independentista de Taiwán –que seguramente renovará mandato en enero– perjudican las negociaciones comerciales con EE.UU. y, de rebote, su carrera al liderazgo mundial. Si el presidente Xi aún no ha utilizado el ejército para aplastar la protesta es porque el coste económico sería desorbitado. Hong Kong es el principal centro financiero de Asia, un puente entre China y la economía internacional.

La gran noticia del 2019 y la gran esperanza del 2020 es que un nuevo arco democrático une Hong Kong, con Teherán y Santiago de Chile, tres sociedades muy diferentes, las tres víctimas, sin embargo, de gobiernos incapaces de dar salida a las aspiraciones de sus ciudadanos.

La lucha democrática en Hong Kong tiene su eco en Teherán, donde la población parece mucho más cansada que nunca de la doctrina religiosa, de la represión en nombre de Dios, y aspira a un orden más justo. Por lo mismo han salido a la calle cientos de miles de argelinos, iraquíes y latinoamericanos.

China

Hong Kong y Taiwán ponen a prueba la paciencia de Xi para encajar la disidencia

Chile sería el paradigma de lo que consigue la movilización ciudadana: anular las recetas económicas neoliberales y forzar un nuevo contrato social, es decir, una nueva Constitución que debe estar lista a lo largo del 2020.

Los jóvenes de Hong Kong, Argel, Bagdad y Teherán aún parecen lejos de esta meta, pero verlos en la calle, jugándose la vida, debería ser una inspiración para las deprimidas democracias europeas. Suyos serán muchos de los titulares del nuevo año.

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