El edificio de Montevideo que no tiene fin
Encajado entre dos anodinos edificios de apartamentos de los barrios residenciales del sur de Montevideo, se halla un singular castillo. Tiene una fachada estrechísima de ladrillo rojo y piedra blanca que parece reptar por las paredes colindantes buscando la luz del sol, como una enredadera.
Pero la proa de barco y la Victoria de Samotracia de su fachada resultan inconfundibles entre el vidrio y el cemento.
Es el castillo Pittamiglio, que lleva el nombre de su constructor, un excéntrico político, arquitecto y alquimista uruguayo que previó que el edificio estaría en constante construcción. Así fue mientras él lo habitó, entre 1911 y 1966. Y si hay que hacer caso de su testamento, será así hasta el fin de los tiempos, pues Pittamiglio donó el castillo a la ciudad, pero con la condición de que lo recuperaría “en cuanto volviera reencarnado”.
Humberto Pittamiglio contribuyó, como arquitecto, a la modernización de un Montevideo que, a principios del siglo XX, era una ciudad con poco recorrido.
Fue famoso por formar parte del gobierno nacional como ministro de obras públicas y por levantar algunos de los inmuebles destacados de la ciudad.
Fue un hábil empresario, y se asoció con el Ingeniero Adolfo Shaw, en una de las empresas constructoras más importantes de la época en el país (Adolfo Shaw S.A.). Dicha empresa intervino en obras como el Hospital de Clínicas, Instituto Alfredo Vásquez Acevedo, Palacio Municipal, Facultad de Agronomía, entre otras.
Fue amigo del presidente Baltasar Brum, con el que había compartido aventuras en los tiempos de estudiante. A causa de esta amistad, había aceptado la responsabilidad de integrar la Junta Económica-Administrativa y hacerse cargo interinamente del Ministerio de Obras Públicas.
Otro personaje notorio, en la vida y obra de Pittamiglio, fue Francisco Piria, un empresario que fundó la ciudad de Piriápolis
Su legado hoy, el castillo Pittamiglio, sigue atrayendo a los apasionados por lo oculto y misterioso. No hay que olvidar que el arquitecto era rosacruz y alquimista, y que diseñó su castillo como un ente vivo que había que renovar constantemente. La entrada principal está presidida por una réplica de la Victoria de Samotracia, recordando la vinculación de esa isla griega con el mundo de lo mágico. En sus tres salas de meditación y su laboratorio –hoy desaparecido– Pittamiglio buscó la fórmula del elixir de la vida eterna y la transmutación de los metales. Y, en opinión de algunos, con éxito.
Diseñó su castillo como un ente vivo que había que renovar constantemente
El castillo Pittamiglio se puede visitar si se concierta una visita guiada . Moverse por el edificio es extraño, pues hay multitud de puertas y ventanas ciegas –también símbolos alquímicos de la búsqueda y los callejones sin salida– y numerosas estancias rehechas varias veces. Se dice que había habido hasta 400 paredes que se quitaron y pusieron sin descanso. El número 8, de gran significado para los amigos de lo oculto, también está representado en las decoraciones de muchos rincones, así como copas que recuerdan al Santo Grial. Un rocambolesco episodio explica que el papa Pío XII podría haber dejado en custodia la copa de la Última Cena al arquitecto uruguayo para salvarla de los nazis, y que Juan Pablo II la recuperó en su visita al país en 1987.
Entretanto no se pone en marcha el museo de la alquimia que debe instalarse en el castillo, la fundación impulsa exposiciones, talleres, conciertos, actividades infantiles, teatro, conferencias y paseos culturales. Lo que tiene mucho éxito, por supuesto, son las visitas guiadas en las que se descifran los símbolos dejados por Pittamiglio en el castillo ahora detenido en su construcción… hasta que el alquimista vuelva de su tumba, reencarnado.
Otras obras del arquitecto Uruguayo:
Pittamiglio construyó otra “fortaleza” en Las Flores, en la costa de Piriápolis, que guarda ciertas similitudes con la de Montevideo y también está rodeada de misterios, según los lugareños.
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